lunes, 14 de enero de 2013

BESOS DALTÓNICOS (28)

                                                                    

Desconfío en la gente que cree tener muchos amigos. Es señal de que no conocen a los demás”

                                          (Carlos Ruiz Zafón, La Sombra del Ángel)





La juez de instrucción le recibió en su despacho. Se presentó acompañado del mismo letrado que asistió a Carlos. Contaba con la ventaja de que ya conocía el caso y las pruebas que esgrimía la policía. El primer tiro les había salido por la culata y no podían errar en otro más. Los medios de comunicación permanecían al acecho, ávidos de un nuevo escándalo de un magnate de la prensa que como un ídolo caído entró en desgracia de la noche a la mañana. La puesta en libertad de Carlos había sido comentada por periódicos, radios y televisiones, además de todos los confidenciales digitales dedicados a los medios de comunicación y de las empresas informativas.

El inspector Sánchez tardó en llegar más de lo que al juez le hubiera gustado teniendo en cuenta que era viernes y había planeado un largo puente en familia. Cuando se presentó le acompañaba el subinspector Álvarez que investigó los billetes del Ave de Ernesto.

A la misma hora, en una vieja cafetería del barrio de Vallecas, Daniel estaba a punto de hacer algo que no quería. Con un maletín de piel en la mano, guantes de cuero, abrigo de felpa marrón y una bufanda cruzó la puerta de un bar mugriento. Los cuatro clientes apoyados en la barra se volvieron nada más verlo entrar. En aquel ambiente no pasó desapercibido. Buscó la mesita junto a la cristalera, como le habían indicado en el e-mail. Estaba convencido que no acudiría nadie a la cita y que todo era una trampa. Un camarero se le acercó y le preguntó qué quería tomar.

- Un café cortado descafeinado de máquina, con un poco de leche fría; le dijo con un tic nervioso y todo seguido.
Miró el reloj por primera vez, pues había llegado un poco más tarde de la hora convenida.

La juez le tomó declaración a Ernesto. Repitió lo que había dicho al inspector. Que estuvo en Córdoba en una reunión de trabajo, que había dormido allí ese viernes y que a la mañana siguiente se volvió a Málaga.
Álvarez le miró a su jefe de reojo, con complicidad, convencido de que estaban a punto de cazarle. Ernesto prosiguió contestando las preguntas del juez y le entregó también los justificantes del hotel y los billetes. No disponía de más elementos que aportar salvo que se pidieran los testimonios de los empleados del hotel cordobés. Además, en su declaración argumentó a su señoría, que “por qué iba a querer matar al jefe. No tengo ningún interés en que le pase nada, me va todo muy bien en la empresa”, concluyó.

El inspector en su turno le rebatió con una rotunda afirmación:

- Pues porque usted supo que le iban a despedir, sentenció en presencia de la juez. La empresa estaba a punto de despedirle y usted lo sabía. Le iba a suceder lo mismo que su amigo Carlos. Y por eso usted tramó sólo o en compañía de otro, la forma de acabar con su jefe. Atropellándole con un coche, al lado de su casa. Usted conocía muy bien sus movimientos, no en vano llevaba los últimos años trabajando codo con codo a su lado.
La juez le interrumpió apremiándole a que aportara alguna prueba y que se dejara de especulaciones, más propias de una película que de la realidad. Entonces el inspector sacó unos documentos fotocopiados y se los entregó.

Habían transcurrido más de quince minutos sin que se le hubiera acercado nadie a su mesa. El café se lo bebió y pidió un vaso de agua fría. Se tomó una aspirina que llevaba en el bolsillo. Se disponía a llamar por el móvil a Sofía para comunicarle que todo había sido un engaño cuando entró por la puerta un joven cubierto con un pasamontañas y gafas oscuras que se sentó en la silla de al lado.

- Soy el testigo que tiene información para usted, le dijo secamente.
- ¿Ha traído el contrato?, continuó.
- Sí, claro, pero antes identifíquese usted.
- Eso luego. Antes quiero ver el contrato. Mientras tanto puede ver estas imágenes que tengo grabadas en mi móvil.
Le entregó un teléfono y Daniel sacó de su cartera unos folios a los que sólo les faltaba poner el nombre y la identidad de una parte.

La juez leyó las copias certificadas que con el logotipo de Renfe acreditaban que Ernesto Navarro había adquirido con su tarjeta de crédito, a través de internet unos billetes del Ave de Córdoba a Madrid y vuelta, para el viernes y sábado del accidente. La fecha de compra era justamente de un día antes.

- ¿Cómo me explica esto?, le preguntó la juez.
- Muy sencillo. En efecto, no puedo negar que compré esos billetes. Pero no llegué a utilizarlos.
- Y por qué no lo había dicho antes…
- No me pareció relevante. Es verdad que tuve la intención de volver a Madrid aquella noche, pero no lo hice. Me quedé en el hotel…
- Y cómo lo va a demostrar, interrumpió el inspector.
- No tengo que demostrar nada. En todo caso tendrán que ser ustedes...
- ¿Nosotros?
- No interrumpa, Sr. Sánchez, le dijo la juez. Prosiga Sr. Navarro.  
- Pues no llegué a coger ese tren. Me quedé dormido. Estaba muy cansado. Subí a la habitación y después de cenar algo, me puse a ver la televisión encima de la cama y me quedé dormido. Cuando desperté eran más de las diez de la noche. 
- Y eso creo que se podrá comprobar, intervino su abogado.  
- En efecto. Tiene usted razón, volvió a terciar la juez.
Y dirigiéndose al policía le dijo:

- Inspector Sánchez, han comprobado si Ernesto Navarro viajó finalmente en esos trenes. Que compró esos billetes parece claro con los documentos que han aportado. Pero que viajó realmente…Parece sencillo comprobarlo, basta con verificar si esos billetes se utilizaron y pasaron por los controles de acceso de las estaciones de Córdoba y Atocha. Habría testigos…cámaras en Atocha, no sé...
 
El policía titubeó. Miró a su compañero. Ambos pasaron por alto tan importante detalle confiando en que el descubrimiento de los billetes y su ocultación por parte del sospechoso era suficiente prueba para demostrar su culpabilidad. Otra vez se había equivocado.

En efecto, se pudo comprobar que en el listado de viajeros de Renfe no figuraba que los asientos 2 A del coche 7, hubiera sido utilizado ese viernes. Ni tampoco, por supuesto, el de vuelta el sábado en el coche 11 asiento 7B. Ambos habían sido presentados como prueba por la policía para justificar esos trayectos.

Las imágenes del móvil no eran muy nítidas, pero podía verse a dos jóvenes riéndose y bajándose de un Renault 19. Uno de ellos era el chaval que tenía enfrente. El otro incluso parecía más joven. Se les veía como los jóvenes miraban el golpe en el coche y tocaban las manchas de sangre de la carrocería. Le quitó el teléfono y leyó el contrato.
A Daniel no le cabía ninguna duda, ambos jóvenes eran los que atropellaron a don Cándido. Dos menores delincuentes que pretendían ahora aprovecharse de la situación y encima cobrar un buen dinero.

- Pero vosotros habéis cometido un atropello que está a punto de matar a una persona muy influyente y rica, que puede acabar con vosotros.
- Qué te pasa tío. Yo no he sido. Era mi amigo el que conducía el coche. Íbamos bebidos a toda leche por la calle y ese pavo se nos cruzó en la carretera. No pudimos hacer nada.
- Ya, pero os disteis a la fuga y seguro que tampoco tenéis carnet de conducir.
- Y qué más da… Si somos menores de edad. Mi amigo tiene quince años… Y además yo estoy colaborando con la justicia, ¿no?
- ¿No estoy contando lo que pasó?, le dijo acercándose a su cara.
- Pero eres cómplice de un delito…
- Anda tío, dame ese papel que yo he cumplido con mi parte. Si quieres saber como se llama el otro y donde vive págame lo que me debes. O si no, tendré que ir yo al juez a contarlo todo…Y a la prensa también. Lo mismo me pagan una pasta por contarlo en exclusiva en la tele… Con estas imágenes quedará muy guai…y tengo más minutos grabados.
La familia no estaba para más escándalos. Había que cerrar el caso cuanto antes. La prueba que aquel chaval les proporcionaba pondría punto final a la investigación judicial. Todo había sido una pesadilla…

Las empresas finalmente se vendieron a una multinacional que pretendía introducirse en el mercado español. Los directivos que quisieron marcharse fueron indemnizados con importantes sumas. Don Cándido permaneció en coma durante casi un año y falleció finalmente.

El joven que conducía el coche estuvo internado durante dos años en un centro especial para menores. Su amigo cobró la recompensa y luego se la repartieron.

Los medios de comunicación recogieron con grandes titulares la resolución del caso. Los jóvenes hicieron declaraciones en las televisiones pidiendo perdón. Aducían que solo quisieron dar una vuelta con el coche que encontraron abandonado. Que estaban bebidos y no sabían lo que hacían.

La delincuencia juvenil había sido la causante del accidente mortal. El asunto se acalló unas pocas semanas después. Como un mal sueño. Como un sueño equivocado. Así se sintió la familia de don Cándido de Blas cuando despertaron al día siguiente de enterrarle en su pueblo natal, en la montaña, en una tarde lluviosa. En la que los colores se confundían a través de las nubes que dejaban pasar un rayo de luz.

miércoles, 9 de enero de 2013

BESOS DALTÓNICOS (27)

- Hay seres humanos que no pueden ir a Fantasía, y los hay que pueden pero que se quedan para siempre allí. Y luego hay algunos que van a Fantasía y regresan. Como tú Sebastian. Y que devuelven la salud a ambos mundos”

                                           (Michel Ende, La historia interminable)





El juzgado de guardia le pasó el caso al de Instrucción número 8 cuando se presentó a declarar la mujer de Carlos. Habían transcurrido sólo unos días desde su encarcelamiento. El auto de prisión estableció una fianza millonaria que no podían pagar, pero fue recurrido ya por su abogado. 
 
En el escrito se aportaban las pruebas que demostraban que el matrimonio estuvo en el balneario gallego de la Toja durante cuatro días, entre ellos el del accidente. Se adjuntaban copias de las facturas del hotel, con llamadas telefónicas realizadas desde la habitación durante esos días y la referencia de los testimonios de empleados que podrían certificar ante el juzgado. Además, argumentaba el abogado, que resultaba de todo punto imposible desplazarse desde la isla de La Toja a Madrid sin que se enterasen en el hotel o notasen su ausencia. En coche se tardaban más de siete horas para cada trayecto, pues la salida y entrada a la isla hasta llegar a Pontevedra resultaba complicada. Y luego, al menos otras seis horas para llegar a la capital. Es decir, que hubiera necesitado más de un día fuera del balneario, entre la ida y la vuelta, para llevar a cabo el supuesto atropello. Y su ausencia la hubieran notado en el hotel.

El testimonio de Natalia ante la jueza fue muy convincente:

- Estuvimos descansando en el balneario durante cuatro días. Y como comprenderá no nos íbamos a ir hasta allí arriba, metidos en una isla para descansar, para volvernos a Madrid y perder un día entero…
- En esta época de temporada baja- continuó Natalia- había muy pocos huéspedes. Para el segundo día ya nos conocían todos los empleados del hotel. Ellos podrán confirmar que no nos movimos de allí en los cuatro días. Estábamos descansando, señoría. 
- Y qué hicieron en esos días, no salieron del hotel…
- Prácticamente no. Nos dimos unas sesiones de masajes, de tratamientos contra el estrés en el balneario, nos bañamos en la piscina climatizada todos los días…No sé, fuimos a descansar y sólo salimos alguna mañana antes de comer, a jugar al golf y a dar un paseo por la isla.

La juez de instrucción revisó el auto de prisión y leyó el recurso presentado por el abogado, junto con las pruebas aportadas. Solicitó que llevaran al detenido a su presencia de manera inmediata, para proceder a interrogarle. También habló con la comisaría para que se personase el inspector Sánchez.

A estas alturas, con la que se había liado en todos los medios, ni la juez podía aislarse del ruido mediático que se generó. No parecía sensato mantenerlo en prisión un día más a la vista de las pruebas y testimonios que se le acababan de presentar. El escándalo sería aún mayor en cuanto se conocieran estos nuevos hechos por todos los medios. Y seguro que se sabrían, pensó la magistrada, dada la difusión y alcance de que gozaba el caso.

El informe policial no disponía apenas de base. No entendía como su colega decidió mandarlo a prisión, eludible eso sí por una fianza, a la que tampoco podían hacer frente. Las supuestas pruebas eran circunstanciales que se caían con la versión del acusado y por las aportadas por su esposa y el abogado defensor. No había caso.
El inspector Sánchez fue sometido a un tenso interrogatorio del que salió mal parado. Ni siquiera las huellas encontradas en el interior de su vehiculo se podían certificar como recientes. Más bien parecían de muchas semanas, o quizá meses. Lo mismo se podría decir de las de Ernesto Navarro, al que la policía seguía buscando insistentemente.

- No me dirá, se dirigió la juez al inspector con tono airado, que la única prueba que tiene también contra el otro sospechoso es la misma que ha aportado contra Carlos Ferrín.
- No, señoría. Tenemos otras pruebas que demostrarán que Ernesto Navarro estuvo en Madrid la noche del accidente. Lo ha estado ocultando y mintiendo por lo que creemos que él está implicado en este caso.
- Pues, tráigamelo cuanto antes, que bastante ruido están haciendo ustedes con todo este caso.
- Estamos en ello señoría. No aparece, y lo mismo se ha dado a la fuga por la frontera de Portugal. Hemos establecido controles en las carreteras…
- No me cuente películas inspector, le cortó la juez.
- Localícenlo, deténgalo y me lo traen aquí con esas nuevas pruebas. Y no nos hagan perder más el tiempo y quedar en ridículo… Esto es todo.
El inspector Sánchez salió del juzgado con la sensación del boxeador noqueado. Había recibido por todos los lados. Seguro que la juez pondría en libertad a Carlos en muy pocas horas y se organizaría otro enorme escándalo en los medios. Sólo les quedaba darse mucha prisa con la detención de Ernesto. Otro error más le dejaría en muy mal lugar ante la familia de don Cándido y sus superiores.

Ernesto y su esposa permanecían mientras tanto refugiados en el apartamento de Barbate. Desde allí pudieron comprobar el enorme despliegue montado frente al Hotel Dos Mares en Tarifa, en donde se habían quedado sus maletas. Todas las televisiones conectaron aquella noche en los telediarios. ¡Cómo para presentarse en estos momentos! Seguro que a estas horas la policía habría registrado la habitación en donde se quedó su ordenador portátil. 
 
No sabían qué decisión adoptar y volvieron a hablar con el abogado. Éste le informó de la puesta en libertad de su amigo Carlos y de la intensa búsqueda de la policía que controlaba incluso la frontera portuguesa.

- Y si me presento en Madrid en el juzgado que está llevando el caso…
- Me parece una buena idea Ernesto, porque la juez está un poco mosqueada con la policía y te puede dejar en libertad en cuanto tenga alguna duda sobre las pruebas que presenten.
- Pues haré eso. Me iré en el Ave a Madrid y María volverá al hotel a recoger nuestras pertenencias. Y que sea lo que Dios quiera…
- No te preocupes Ernesto que te estaré esperando. Me llamas en cuanto llegues a Atocha y nos vamos al juzgado.

Así lo hicieron a primera hora de la mañana siguiente. Maria le llevó en su coche hasta la estación de Málaga y luego volvió al hotel de Tarifa. El viaje de vuelta se lo tomó con calma, esperando a que transcurrieran más de tres horas para que le diese tiempo a su marido de presentarse en el juzgado. En cuanto recibió el esemese de Ernesto - ya stoy en madri.todo ok.bsos - se dirigió al hotel de Tarifa que afortunadamente ya no ofrecía el despliegue de periodistas y cámaras de las jornadas precedentes.
La policía la identificó en cuanto dejó aparcado su vehículo en la explanada del hotel. Le acompañaron a la habitación a recoger sus maletas.

- ¿Donde está su marido?, le preguntó el subinspector malagueño que estuvo con Sánchez en la cita de la Carihuela una semanas antes.
- A esta hora supongo que compareciendo ante el juez en Madrid.
- ¿Cómo? Entonces no se ha dado a la fuga…
- Por qué se iba a fugar. No tiene nada que ocultar.
- Muy bien, recoja todos sus enseres y acompáñame a la Comisaría de Málaga.
- No puedo pasarme por casa y ver a mis hijos. O ¿es que estoy yo también detenida?
- No, de momento no. Bueno, le acompañaremos a Torremolinos y luego le diré qué hacemos. Tengo que hablar con mis superiores. Vámonos que ya hemos perdido bastante tiempo.
- Desde luego. Y encima no nos han dejado descansar...
El último parte médico del herido añadía más pesimismo a su estado de coma irreversible. La familia de don Cándido no tenìa ya ninguna esperanza. Reunidos en una salita anexa a la habitación de la UCI, Elisa con sus hijos y Daniel se consolaban mutuamente. Barajaron la posibilidad de trasladarle a la mejor clínica del país o del extranjero. No repararían en gastos si les daban alguna probabilidad de mejoría. Pero los propios médicos del hospital madrileño no aconsejaban siquiera moverlo de allí. Sólo cabía seguir esperando.

En ese momento entró en la sala de espera Sofía, con una leve sonrisa en los labios, desconocedora de las malas noticias que los médicos acababan de comunicarles. Llegaba sonriente porque de todas las llamadas recibidas tras los anuncios en la prensa, una de ellas mostraba una gran verosimilitud. Disponía del teléfono del joven que anunció conocer al conductor del vehículo que provocó el atropello. Lo había llamado más de cuatro veces en esa tarde pero no contestaba. Sin embargo, el joven se puso en contacto a través de un correo electrónico en el que ofrecía más detalles y proponía un encuentro con un representante de la familia. Lo malo era que pedía el pago de una cantidad por adelantado. Facilitaba un número de cuenta en donde hacer efectivo el primer pago, a cuenta del millón de euros prometido. Además, exigía que a la cita señalada para dos días después en una cafetería de Vallecas, acudiera sólo el portavoz de la familia con un contrato y las condiciones del acuerdo.

Daniel leyó el e-mail detenidamente y se lo pasó a Elisa. Reclamaba el pago de cien mil euros antes de la primera entrevista, a la que sólo podía acudir una persona. Antes, tendría que identificarse mediante una fotografía remitida también por e-mail. Si descubría que había policía en las inmediaciones, tampoco acudiría a la cita y se quedaría con la cantidad pagada a cuenta.

La propuesta no resultaba aceptable de ninguna manera y debía comunicárselo a la policía. Parecía un chantaje. Sin embargo, Elisa se adelantó a la opinión de Daniel y se mostró muy tajante.

- Daniel, prepara un contrato con las condiciones que ofrecíamos en el anuncio y transfiere mañana mismo ese dinero que pide.
- Pero Elisa, me parece una barbaridad…
- No admito reparos, tenemos que saber qué ocurrió de verdad aquella noche. Yo no puedo vivir con esta incertidumbre, con mi marido muriéndose y saliendo todos los días en los periódicos con escándalos…

En ese momento se echó a llorar en los brazos de Sofía, a la que se susurró al oído.

- Y tú Sofía, insiste con el teléfono y mándale mañana un correo adelantándole que estamos de acuerdo, pero que tenga cuidado y que no nos engañe. Porque si es así le localizaremos y entonces si iremos con la policía.
- Pero Elisa, lo que te quiso decir Daniel es que puede ser un engaño para sacarnos dinero…
- Me da lo mismo. Tenemos que intentarlo… Y se puso otra vez a llorar.

Aquella noche fue la más larga de su vida. Se le agolpaban en su cabeza los recuerdos junto a su esposo. Cómo se conocieron, el breve noviazgo, su embarazo, la boda en la intimidad… Veinticinco años de matrimonio siempre juntos, aunque ella sospechara de sus infidelidades. Siempre rodeado de chicas jóvenes y hermosas, incluso diría que provocativas. Por eso cuando se enteró de aquella relación con una redactora le colocó a su esposo entre la espada y la pared. O la despedía inmediatamente o se divorciaban. Y él sabía que un divorcio le supondría la pérdida del poder en la compañía porque le correspondía más de la mitad. No habían hecho separación de bienes y todo era por mitades. Y sus hijos además la apoyaban. Los tenía de su mano pues era ella quien se había preocupado siempre de su educación, de su cuidado, de todos sus problemas y confidencias.

Con lo que les había costado conseguir todo lo que tenían, pensó. Y este viejo verde se enrolla con una jovencita que podría ser su hija. No dejaba de recordarlo en el insomnio de aquel momento. Menos mal que el problema lo había resuelto ahora pagándole una buena indemnización para que se suspendiera el juicio por acoso sexual. No hubiera soportado otro nuevo escándalo con su marido en coma y los medios azuzándole todos los días.

Sus hijos quisieron acompañarla toda la noche al pie de la cama, porque  esperaban lo peor en las próximas horas. Pero los mandó a dormir para que la relevaran por la mañana. Necesitaba estar sola, quería meditar sobre su futuro sin su marido. Se despidió de ellos, y se quedó pensativa, como ausente.

Lo acababa de decidir. Aunque no les gustase ni a sus hijos, ni a Daniel, ni por su puesto a su marido si volviera de su estado de coma, vendería la empresa y se retiraría del mundo de los negocios. Tenía que decírselo a Daniel para que contactara inmediatamente con la multinacional que se había interesado en la compra.






miércoles, 2 de enero de 2013

BESOS DALTÓNICOS (26)

                                                                      

Vivo en los bellos nombres, como en mansiones de sueño que me estuvieran destinadas” 
 
                                 ( Pablo Neruda, Confieso que he vivido)




Los últimos anuncios en la prensa durante el fin de semana surtieron efecto. La atractiva cifra ofrecida animó a curiosos y aprovechados. Mucho más de lo que pudieron prever. Un aluvión de llamadas colapsaron la centralita desde primeras horas del lunes. Sofía tuvo que pedir ayuda a una de las redactoras para atender el teléfono. La mayor parte parecían falsas o sin fundamento. Pero había que tomar nota de todas y proceder a grabarlas mediante el dispositivo habilitado para ello. Después, todo el material había que pasárselo al inspector y a Daniel.

La llegada del policía con aspecto risueño presagiaba buenas noticias. Saludó a Sofía, que apenas levantó la vista del ordenador, atareada con unos auriculares y micrófono ajustados en su cabeza, y se dirigió al despacho de Daniel. Le había telefoneado a primera hora para anunciarle que necesitaba contarle algo importante.

- No me diga que tenemos pruebas para incriminar a los sospechosos…
- Pues sí. Nuestro amigo Ernesto se va a caer con todo el equipo. Hemos localizado los billetes de Ave que sacó por Internet para ir desde Córdoba a Madrid esa noche del accidente y regresar al día siguiente a primera hora de la mañana. Y a Carlos creo que podemos imputarle como autor, con las huellas que han aparecido en el interior del coche.
- Pero, si es su coche, parece normal que haya huellas. ¿No había denunciado su robo unas semanas antes…?  
- Sí, pero creemos que se trata de una coartada para encubrir su autoría. He descubierto un caso semejante en Antequera que presentaré como prueba.
- Entonces ¿los va a detener?
- Sí.
- ¿Está completamente seguro de que serán pruebas suficientes?
- Yo creo que...
- No queremos que después los pongan en libertad y el asunto se airee en los medios y volvamos a tener otro escándalo. Que bastantes llevamos ya…
- Ya he dado las órdenes para que los localicen y sean puestos a disposición judicial. Si Ernesto se encuentra aquí, ahora mismo lo detengo y me lo llevo a Comisaría.
- No lo sé. Me parece que se ha tomado una semana de vacaciones.
- Entonces, espere que llamo para que vayan a detenerlo a su domicilio en Málaga. Y a Carlos espero que esta misma mañana... 
- Estupendo, inspector. Muchas gracias. Se lo diré a Elisa, que necesita alguna buena noticia.  
- Ha empeorado don Cándido…
- Pues parece que sí, que está peor y los médicos no saben si operarle o esperar. Son muchos días en coma…

El inspector se despidió y se fue a la comisaria para dirigir las actuaciones con los detenidos. La centralita telefónica no paró de sonar hasta el mediodía. Más de doscientas personas decían haber visto la noche del accidente a un hipotético conductor del Renault 19. Otros hablaban de dos personas, sin ofrecer ningún detalle fiable que pudiera conducir a su identificación. Solo una de ellas contaba algo interesante. Parecía una voz muy joven, de unos quince o diez y seis años. La grabación y el teléfono de contacto se los pasó a Daniel, pues el inspector se acababa de marchar.

El abogado se dispuso a escuchar la conversación con Sofía.

- Mire. Le llamo por lo del anuncio.
- Sí dígame, se le escuchaba responder a Sofía.
- Yo sé quien atropelló a ese hombre, pero me tienen que garantizar que me van a pagar el millón de euros que prometen. Yo estuve esa noche en el lugar del accidente…Si quieren saber más, mi teléfono móvil es...

No le dejó tiempo a Sofía a que le hiciera ninguna pregunta y le colgó inmediatamente.

- No he podido preguntarle cómo se llamaba, ni dónde vive ni nada. No me ha dado tiempo. La voz parecía de un chico muy joven. Aquí tienes su móvil. He llamado y está apagado o fuera de cobertura. También le he mandado unos mensajes y un whatsapp...pero no ha espondido todavía. Díselo al inspector para que lo compruebe...
- Ya veremos...de momento no le diremos nada.  
- Las demás llamadas y sus referencias te las dejo aquí también. Pero no me parece que ninguna…
- De acuerdo Sofía. Gracias.

El asunto se complicaba pues el inspector estaba a punto de detener, si no lo había hecho ya, a dos sospechosos, uno de ellos empleado y el otro ex empleado despedido hace unos meses. No pudo contactar con él. Llamó entonces a Elisa. Le acababan de dar otra mala noticia. Su marido había empeorado y sólo era cuestión de horas, tal vez días hasta que el corazón se parase. Se le echó a llorar por el auricular y entre sollozos le repitió, “yo lo dejo, lo dejo todo, Daniel. Lo vendo y ya está”.  

La policía de Málaga se había presentado a media mañana en el piso de Torremolinos en donde residía Ernesto, alertados por el inspector Sánchez. No contestó nadie. El movimiento policial llamó la atención de todo el vecindario sorprendido por el dispositivo y el despliegue de coches Z que se apostaron en las inmediaciones.
Sus hijos se encontraban en la Universidad y no regresarían hasta primeras horas de la tarde. Los agentes desconocían que el matrimonio se había ido a Tarifa a descansar aprovechando la proximidad del largo puente de la Constitución. Mientras, en Madrid, ya habían procedido a la detención de Carlos. Lo condujeron primero a Comisaría y después al juez de guardia de la Plaza de Castilla. No le pilló de sorpresa y en cuanto se lo permitieron avisó a su abogado, que se presentó en las dependencias policiales para acompañarle posteriormente en su primera declaración. Como desconocía las pruebas que iban a presentar ejerció su derecho a no declarar. Lo dejó para cuando lo llevaran ante el juez. La imputación era como autor de intento de homicidio y abandono del deber de socorro. Lo tuvieron aquella noche en los calabozos y a la mañana siguiente lo condujeron al juzgado.

El inspector se presentó con el informe policial y el detenido asistido por Javier, su abogado. La jueza de guardia le tomó declaración. Carlos negó todos los hechos que le imputaba la policía, pero no desveló su coartaba al completo. Tan sólo se limitó a decir que la noche del accidente se encontraba fuera de Madrid con su mujer; y que su coche, con el que supuestamente se cometió el atropello, se lo robaron unas semanas antes y que lo había denunciado.

El abogado mostró a la jueza la denuncia ante la policía, con los datos del vehículo. Las pruebas del inspector se limitaban al informe pericial que señalaba que las huellas de Carlos se encontraban en el interior del vehículo. De las otras huellas encontradas en la puerta y en el parachoques trasero junto a las manchas de sangre, nada decía, salvo que no se habían identificado. El inspector lo achacó a que podrían pertenecer a cualquier persona que tocó el coche después del accidente y quedaron allí. El inspector le adelantó a la jueza que el otro presunto autor o cómplice, Ernesto Navarro, se encontraba en paradero desconocido. Que se había puesto en marcha un dispositivo para proceder a su detención y que en cuanto lo tuvieran lo conducirían a su presencia.

La jueza decretó el ingreso en prisión de Carlos, eludible mediante el pago de una fianza de treinta mil euros, por la gravedad de los hechos imputados, por el estado en que se encontraba el herido y la posibilidad de su muerte. Su abogado mostró su disconformidad y manifestó que aportaría varias pruebas y la declaración de su mujer que se encontraba trabajando y no pudo acudir al juzgado.

Mientras tanto, la policía malagueña seguía apostada en las inmediaciones del domicilio de Ernesto a la espera que apareciese alguien de la familia. Lo hizo Mario, el hijo menor, quien regresó a la tres de la tarde de la Universidad en su moto. Aparcó en la zona reservada de la urbanización. Se quitó el caso y cogió su mochila cuando fue abordado por dos policías de paisano.

- Es usted Mario Navarro, hijo de Ernesto Navarro Domiguez.
Sí, quienes son ustedes.  
- Somos policías, se identificaron mostrándoles la placa dorada pegada a una cartera de cuero marrón oscuro.
- Nos puede decir donde se encuentra su padre.  
- Sí, se ha ido con mi madre, a descansar unos días. A Tarifa. Creo que al Hotel Dos Mares, a donde suelen acudir algunas veces. ¿Qué pasa?
- Lo estamos buscando para llevarlo ante el juez. Supongo que no estará huyendo.
- ¿Huyendo? por qué iba huir mi padre. Ya le dijimos al policía que nos interrogó hace unos días que mi padre estuvo pasando el fin de semana en casa, ese día del accidente de su jefe.
- Bueno, bueno. Gracias. Comuníqueselo a su hermana. Y si hablan con su padre díganle que no cometa el error de huir. Es mejor que se entregue cuanto antes. Adiós, buenas tardes.

Los medios de comunicación se hicieron eco enseguida de la noticia de la imputación y del ingreso en prisión del ex empleado como presunto autor del atropello. Así como de la búsqueda y captura de Ernesto que llevaba a cabo la policía en el sur de España. El abogado de Carlos se preocupó personalmente de contactar con unos periodistas, amigos de Ernesto, que filtraron la noticia a través de la agencia Efe y por internet. El escándalo estaba servido y esto no había hecho sino comenzar.

Todos los medios nacionales publicaron al día siguiente la noticia de la detención y del ingreso en prisión del ex directivo Carlos Ferrín, como presunto autor del atropello de don Cándido de Blas. Se le imputaba un delito de homicidio en grado de tentativa y abandono del deber de socorro. Un delito que podría agravarse si fallecía el herido.

Respecto a Ernesto Navarro, los distintos medios relataban como la policía andaba tras su búsqueda al encontrarse en paradero desconocido. Se le acusaba de cómplice de su amigo y lo buscaban por Málaga y Cádiz.

Los informativos de radio y televisión abrieron también con esa noticia y enviaron unidades móviles a Tarifa, apostados enfrente de la playa de Los Lances. Una filtración había dado el aviso de que se hospedaba allí y desplazaron a sus redactores para cubrir la detención en directo del sospechoso.  

Ernesto y María, su esposa, se habían ido a la playa para pasar unos días de descanso. Ajenos a todo decidieron acudir aquella mañana de Tarifa a Bolonia, en donde la tranquilidad era aún mayor. En aquella paradisíaca playa, con su duna junto al bravío océano atlántico, contemplaban a lo lejos las ruinas romanas de Baello Claudia. Un espectáculo que les gustaba repetir cada año fuera de temporada, en octubre o ahora en el puente constitucional. El sol calentaba lo suficiente para aguantar tumbados sobre la suave arena, protegidos del viento de poniente con unos toldos amarrados al suelo. En la playa, casi desierta, el móvil permanecía apagado. No querían que les molestasen. Sólo María encendió el suyo un momento para hablar con sus hijos, antes de irse a almorzar pasadas las cuatro de la tarde.

Tenía más de diez llamadas con varios avisos de voz. Escuchó el primero y le pasó el teléfono a Ernesto. “Mamá, la policía está buscando a Papá para detenerlo. Llamarme en cuanto podáis”, se le podía escuchar entrecortadamente y con una voz muy agitada a Mario. Marcó su móvil pero no lo tenía encendido. Posiblemente estaba en clase de inglés. Lo mismo ocurrió con el de Marta, la hija mayor, que estudiaba tercero de Medicina.

La jornada de sol, playa y descanso se les había truncado. Tenían pensado acudir al día siguiente a Zahara de los Atunes, a la playa de los Alemanes. Telefoneó a Javier, el abogado de Carlos y suyo. Le confirmó la detención, el ingreso en prisión hasta que depositaran una finaza y la enorme repercusión que se le había dado en todos los medios de comunicación.

- Y no te imaginas la que se está montando ahí en Tarifa con tu búsqueda, le dijo el abogado.
- Pues nosotros acabamos de enterarnos de que me buscan. Estamos en la playa de Bolonia…
- No es mal sitio, no; bromeó el abogado. Las televisiones están conectando con los aledaños del hotel en que estáis alojados. En donde, por cierto, no habéis aparecido ¿no?
No, qué va! Lo que pasa es que nada más llegar, nos registramos y nos vinimos para Bolonia. Nos encanta la arena… Y teníamos pensado irnos después a la playa de los Alemanes en Zahara, sin volver esta noche al hotel. Un amigo tiene por allí una casa y nos ha dejado las llaves de su apartamento en Barbate. ¿Qué te parece que debemos hacer?
- Ah, ¿tenéis previsto ir a Zahara de los Atunes? Pues iros.
- ¿Sí? ¿ Te parece bien…?
- ¿Por qué no? Que se haga la bola más grande, que se crean que estáis huyendo….Con la repercusión que le darán los medios se va a armar la de dios…
- Pero ¿no me puede perjudicar?
- No. Oficialmente vosotros no os habéis enterado de nada, ¿no? Pues eso. Y volvéis mañana tranquilamente al hotel.  
- ¿Tú crees?, ¿sí?
- Bueno, ya lo vamos madurando y lo hablamos para ver cómo siguen las cosas.
- Bien, pues eso, ya lo pensamos. Aunque no creo que podamos descansar demasiado. Lo mismo nos quedamos en Barbate unos días más… Lo vemos. Dale recuerdos y ánimos a Carlos. Que no se preocupe, que yo sé que él no ha hecho nada…
- Por supuesto, ya verás cuando mañana declare Natalia. Y confirme su coartada… Cuando aparezcamos con los papeles del hotel y los testimonios de los empleados del balneario en donde estuvieron esos días….
- Esto se va a poner muy divertido… Adiós.

El sentido del humor de Ernesto resultaba chocante en estos momentos tan críticos. Con la policía detrás de él, a punto detenerlo y meterlo en chirona acusado de un delito muy grave. Esa filosofía de vida le había permitido afrontar los reveses con ese talante especial “a prueba de bomba” que edulcoraba todos los problemas. Grandes o pequeños, pero siempre compartidos. Y en estos momentos se disponía a superar la prueba más importante de cuantas se le habían presentado. Contaba con el apoyo de su mujer, siempre a su lado; y de sus hijos, en una edad ya adolescente que afrontarían los acontecimientos con madurez. No le tenía miedo a nada. Esa posibilidad la había barajado en las semanas precedentes, mientras organizaba su plan y la sentía como asumida.




domingo, 30 de diciembre de 2012

BESOS DALTÓNICOS (25)

                                                     

     Los ricos solo se preocupan de sí mismo…” 

                     (Eduardo Mendoza, La verdad sobre el caso Savolta)





La conmemoración de los diez años de la compañía congregó a un gran número de representantes de los medios de comunicación, de la política y de la vida social. Entre ellos un ex ministro al que se le había visto a menudo con don Cándido. Se comentaba, entre los empleados, que eran muy amigos. Seguro que algo buscaba: favores de otros políticos de su partido o influencia en algunas instituciones. Lo cierto es que asistieron juntos a muchas fiestas y a más de una cacería. 

Lucio se lo confirmó a Ernesto en una conversación cuando volvían del aeropuerto y  lo recogió en su cuaderno diario a modo de conversación:

- Yo no lo conozco mucho, pero últimamente le vamos a buscar casi todos los días a su casa, dijo Lucio refiriéndose al ex ministro.
- Les he llevado a varias cacerías a Extremadura y a unas cuantas reuniones en nuestras oficinas.
- Y de qué hablaban en el coche, le pregunté.
- No sé. Tampoco presté mucha atención. Un día hablaron de comprar obras de arte o así. El ministro, bueno el ex ministro, conocía a un marchante y le aconsejó para que invirtiera en pinturas y esculturas. Me acuerdo porque me llamó la atención de que hablaban de cifras de varios millones de euros. Pero ya sabes cómo es el jefe…
- Vamos que no le convencía…
- Parece que no, porque el otro insistía mucho. Y le dijo algo así como que si no se acordaba de lo del juicio, de cómo le pagaron  al juez... Pero no pude escuchar más. En seguida cambiaron de tema.

De esta conversación dedujo Ernesto y escribió en su diario que, ese asunto tan oscuro del juicio, se pudo resolver con la compra de voluntades mediante el regalo de obras de arte. Eso unido a que el detective encontró algún asunto oscuro en la vida privada del juez  le forzaron a doblar su condena. Porque nunca se supo realmente cómo ni por qué se alcanzaron esas cifras millonarias en la sentencia que obligó a la otra empresa rival a indemnizar con casi cincuenta millones de euros. 
Pero volviendo a la celebración, el ex ministro no se separó de don Cándido durante la fiesta. Las esposas de ambos estuvieron también juntas toda la noche. El champán francés y los canapés no dejaron de servirse entre los más de quinientos invitados presentes en el jardín de las instalaciones, engalanado para la ocasión con varias carpas. Las cámaras de televisión ofrecieron en directo el momento de los discursos y los reporteros de los programas del corazón se cebaron con algunos famosos.

En un momento de la fiesta se apagaron las luces y apareció una gran tarta de cumpleaños con diez velones encendidos. Don Cándido, Elisa y sus hijos se dieron la mano y soplaron juntos. Los invitados irrumpieron en aplausos. Una actuación musical de un grupo de moda cerró la velada pasadas las tres de la madrugada. El anfitrión, cansado, decidió volver a su casa. Ernesto también se marchaba cuando el Audi se detuvo junto a él y le invitaron a subir.

- No se moleste, don Cándido que me voy en taxi.
- No hombre, sube, que pasamos cerca de tu apartamento. Ponte delante, le dijo.

En el asiento de atrás viajaba acompañado de Elisa, su esposa y de Sofía, la secretaria de confianza que era como de la familia. Su domicilio les pillaba de paso.

- Qué te ha parecido la fiesta, le soltó. Han venido todos los medios…Vaya éxito, exclamó orgulloso.
- Ha estado muy bien. Sí. He saludado a varios colegas de medios de comunicación. Por cierto, que un periodista me ha preguntado que si íbamos a asociarnos con un grupo multimedia nacional, que se había extendido el rumor en el sector…
- De asociarnos nada, ya no quiero más socios. A partir de ahora volaremos solos.
- Y otro colega que dirige un periódico en internet, de esos confidenciales, me ha asegurado que le habían hecho una oferta para vender…
- ¡Qué yo voy a vender! Bien, hombre... Antes muerto.
Las copas de champán le habían animado, lo sabía bien Ernesto, por lo que aprovechó la ocasión para lanzarle otra embestida.

- Incluso me ha dicho que se habían escuchado cifras de mil o dos mil millones de euros…
- Sí, hombre. Nosotros valemos más que eso. A ver si en vez de vender lo que voy a hacer es comprarles a ellos. Ja, ja, ja...

Se le notaba eufórico y sólo una mirada de Elisa, que tomó la palabra, cortó al lenguaraz esposo:
 
- Ya sé a qué te refieres, dijo Elisa. Es ese periodicucho digital que no hace más que llamarnos ¿verdad Sofía?
- Ah, esos. Sí, llevan toda la semana queriendo hablar con el jefe en relación a una supuesta oferta de compra. Llaman y como él no se quiere poner, me lo deja a mí para que le de largas…
- Ya sabes como es Sofía, se rió don Cándido. Es el mejor perro de presa que tengo. Me para todos los golpes…
- Ya, pero no me subes el sueldo…, le contestó con sorna.
- Ja, ja, ja. Para qué quieres ganar más si no tienes familia, ni novio, ni gastas nada. Dónde ibas tú a estar mejor que con nosotros, ¿verdad Elisa?
- A mi no me metas, en esto. Tú págale lo que tengas que pagarle y no me seas rácano.

La conversación se animaba pero discurría por unos cauces que no le convencían a Ernesto, pues quería conocer si la supuesta oferta de compra se trataba de un rumor, un globo sonda o un bulo de la competencia. Estas noticias se producían de manera habitual entre las empresas de medios enfrentados y grupos de comunicación. El mercado andaba muy agitado y también ayudaba la creciente crisis publicitaria.

- Mira Ernesto, le dijo en tono más serio. Yo no vendo esto por nada del mundo, porque es un negocio estupendo y el futuro de mis hijos. Así que todo lo que oigas son puros rumores de los grandes tiburones de los medios que quieren comerse a un pez pequeño... pero matón.

Soltó una sonora carcajada mientras le cogía la mano a su esposa y miraba de reojo a Sofía. El trayecto al centro había terminado junto a la Plaza de España a unos pocos metros de su apartamento. El vehículo se detuvo unos segundos mientras se despedían. Hacía frío. El contraste con el calor del coche y la poca ropa que llevaba le hizo toser. También había fumado demasiado. Se metió las manos en los bolsillos y a paso ligero alcanzó enseguida el portal.










martes, 18 de diciembre de 2012

BESOS DALTÓNICOS (24)

                                                       

Una persona estúpida es una persona que causa un daño a otra persona o grupo de personas sin obtener un provecho para sí, o incluso obteniendo un perjuicio”

                                        (Carlo M. Cipolla, Allegro ma non troppo)





Los anuncios en la prensa solicitando testigos del accidente con la promesa de una fuerte recompensa económica no dio ningún fruto. Sólo algunas llamadas que parecían de curiosos fueron recogidas y filtradas por Sofía. Ésta le pasó un informe a Daniel para que decidiera con Elisa si aumentaban la recompensa en los próximos días o lo dejaban definitivamente.

Aunque nadie se lo había preguntado, la secretaria de dirección opinaba que podía ser una buena fórmula para descubrir al autor y sus cómplices. Si aumentaban la recompensa se delatarían entre ellos. Lo había visto en alguna película y así se lo dijo a su amiga Elisa y a Daniel, que en un momento de la visita al Hospital coincidieron en la sala de espera.

- Elisa, ahora que me lo preguntas te diré que yo ofrecería una importante recompensa. Más que el otro día. Porque lo mismo por dinero se delatan...
- Pero, el inspector tiene alguna prueba que puede incriminar a Carlos, y además me ha pedido que no volvamos a hacerlo…
- ¿Estás seguro, Daniel?, le dijo Sofía. Ese policía no me inspira ninguna confianza. En los días que llevamos, y van más de dos semanas, no tiene nada claro.  
- Ya sabes que el dinero puede ser tentador. Yo pienso como Sofía que igual se denuncian entre ellos. Además, lo que diga el inspector me da lo mismo. El dinero es nuestro y hacemos lo que queremos...
- Vamos a intentarlo Daniel, no podemos estar parados de brazos viendo como se nos muere…
En ese momento se echó a llorar pensando en el estado en que se encontraba su marido. Pero enseguida reaccionó, se repuso y le dijo:

- ¿Cuánto crees que se puede ofrecer ahora?
- Uy, Elisa, qué sé yo. La semana pasada ofrecimos 10.000 euros.
¿60.000 ahora?  
- Y si ofrecemos 600.000 euros, que son cien millones de pesetas. Tanto Daniel como Elisa  pensaban todavía en pesetas, eran de la vieja escuela.
Se quedó pensativa.

- O un millón de euros que es una cantidad más redonda. No te parece muy tentador, Daniel
- Lo que me digas. Tú mandas...
- Pues venga. Prepara los anuncios para este próximo fin de semana y a ver qué pasa.

Daniel llamó al director general para comunicarle la decisión de la familia y para que hiciese todos los trámites pertinentes. No se fiaban del jefe de publicidad, Ernesto Navarro, del que mantenían serias sospechas de que estuviera involucrado. Pedro no hizo preguntas, a pesar de que le resultara muy extraño. Ni por gastarse un dineral en anuncios en los primeros periódicos de tirada nacional, ni por la cantidad tan alta que se ofrecía como recompensa. Sólo en rescates por secuestros se habían visto cifras tan elevadas. Los anuncios provocarían otro escándalo, más carnaza para los medios de la competencia. Pedro se convenció que el asunto superaría la gran repercusión mediática de la que ya disfrutaba el caso. Y en fin de semana, cuando las televisiones están carentes de otras noticias...

Y así fue. El despliegue tipográfico y lo novedoso del anuncio hizo que todas las televisiones informasen en sus telediarios del mediodía y de la noche, con conexiones en directo a las puertas del Hospital en donde permanecía ingresado don Cándido de Blas. También los programas del corazón aprovecharon la escasez de otras informaciones para dedicarles programas enteros. Se mostraban las páginas de los periódicos y se recopilaban datos de la figura del herido. Con imágenes del accidente aparecidas en la prensa días atrás y destacando la importancia de la recompensa por alguna pista. También especulaban sobre las investigaciones policiales, sin ofrecer nombres de los sospechosos, pero dejando caer que todo apuntaba a algún ex empleado despedido unos meses antes. El circo mediático ya estaba montado, justo lo que pretendía evitar el inspector. Desde hacía días que el caso apenas interesaba a los medios informativos, pero estos anuncios despertaron de nuevo la atención de todos ellos que se lanzaron como buitres en pos de la presa.

El inspector no conoció la escandalosa recompensa ni el alarde de medios utilizados hasta que se desayunó, ese domingo, con El Pais. Quiso contactar con Daniel pero no le cogía el teléfono. Llevaba ya un par de días que no le contestaba ni le devolvía sus llamadas. Resultaba muy extraño. Y para colmo se le terminó por indigestar la comida familiar cuando puso el Telediario. Todas las teles hablaban de ello y también apareció su fotografía en pantalla como responsable de las investigaciones policiales.
Fue la gota que colmó el vaso de su paciencia. Esta familia de nuevos y prepotentes ricos hacían lo que les daba la gana. No estaba dispuesto a seguirles el juego. Ya lo había decidido, el lunes hablaría con su jefe y dejaría el caso. Recopilaría toda la información que disponía y se la entregaría para que otro compañero se hiciese cargo.

Cuando llegó esa mañana a la oficina dispuesto a dejarlo todo le esperaba el subinspector Álvarez con una amplia sonrisa y unos folios en la mano. Pasaron a su despacho y antes que dijera nada, se le anticipó su compañero y poniéndole las dos hojas encima de la mesa le espetó:

- ¡Le hemos pillado inspector!
- ¿Qué me quiere decir?, ya no se acordaba del trabajo que le había encargado.
- Pues que hemos encontrado la información que me pidió. Ernesto Navarro compró dos billetes por internet desde el ordenador de la empresa y los pagó con su visa oro particular...
- ¡Qué estúpido!
-Y ¿a qué no se imagina para dónde?
- ¡Para Madrid!
- ¡Pleno, jefe! Sacó un billete para el mismo viernes del accidente, con salida a las diez de la noche, bueno a las 21,59 exactamente, desde Córdoba a Madrid. Y otro, para las ocho de la mañana del día siguiente, el sábado, con salida desde Atocha y llegada a Córdoba para las nueve y media de la mañana.
- Lo que sospechábamos…
- Ahí tiene las copias de los billetes y el pago con su tarjeta, con los números en la parte de abajo.
- ¡Muy bien Álvarez! Y seguro que llegó al hotel por la mañana, se metió en su habitación de la que supuestamente no había salido…luego desayunó, pagó su factura en recepción y vuelta en ave a Málaga.
- Bien pudo ocurrir así.
- Este se pensaba que somos tontos…
- Sólo nos queda rematarlo con las imágenes de las cámaras de la Estación de AtochaEstamos en ello inspector...

La alegría por la información que acababa de conocer le hizo olvidarse de su intención de abandonar la investigación. Ahora no. Habló con el Comisario Jefe al que le contó estas últimas novedades y se personó en la empresa para informar personalmente a Daniel. Si le hubieran hecho caso quizá se hubieran ahorrado bastante dinero en anuncios de prensa. El plan estaba trazado: detendrían a Ernesto esa misma mañana y a su amigo en cuanto lo localizaran. Había dado órdenes ya para que los buscasen en Madrid y en Málaga.

jueves, 13 de diciembre de 2012

BESOS DALTÓNICOS (23)

                                       

Los amores con la tía Julia continuaban viento en popa, pero las cosas se iban complicando   
      porque resultaba difícil mantener la clandestinidad.(…) Habíamos optado, por eso, en vernos  
                           menos de noche y más de día, aprovechando los huecos de la Radio.”

                                        (Mario Vargas Llosa, La tía Julia y el escribidor)





Las pesquisas del inspector abarcaron a otros dos directivos y a una redactora despedida unos meses antes. Al director financiero, Juan Aguirre, que llevaba un año de baja por depresión y lo había denunciado por moobing. A Pedro Fortuny actual director general que era el más beneficiado por la nueva situación y la ex redactora Carla Fernández, que tuvo un romance con el jefe y fue despedida fulminantemente cuando transcendió la noticia. 

El lío de Carla con don Cándido fue portada de varias revistas del corazón y en programas televisivos del mismo tipo. Su despido se vería ahora en el juzgado de lo social número diez. Ella solicitaba la nulidad al considerar que hubo acoso sexual y abuso de autoridad. Don Cándido no se doblegó en el acto de conciliación al pago de una importante indemnización para solucionarlo  mediante un acuerdo amistoso que evitara  la exposición a la prensa. Ahora el asunto podía suponer una bomba de relojería cuando se conociesen todos los detalles y con el empresario en estado de coma.

Por su parte, el actual director general Pedro Fortuny era el más beneficiado al quedar al frente de la compañía. Pero disponía de una buena coartada. Estuvo en la entrega de los Ondas en Barcelona en donde pasó la noche en la fiesta de los premios y fue visto por muchos invitados hasta altas horas de la madrugada. El inspector lo comprobó rápidamente y no continuó indagando. Ni siquiera precisó interrogarle.

Los casos de Juan Aguirre y Carla Fernández necesitaban de mayor atención y tacto. No se encontraban en la compañía cuando se produjo el accidente, si bien Juan era por baja de enfermedad. Denunció a su jefe por acoso laboral y moral, más conocido por el término anglosajón de “moobing”.  Le relegó de sus funciones de responsable financiero sin ninguna explicación y le sometió a continuos cambios del puesto de trabajo en los que realizaba simples tareas administrativas. Esta situación le ocasionó fuertes trastornos depresivos que finalmente avocaron en una larga baja.

Durante muchos años Juan fue la mano derecha de don Cándido. Ocupó el puesto de director financiero, lo que le facilitaba información privilegiada de todas sus empresas. Además, participó en el juicio millonario tantas veces referido. Por todo ello se encontraba en el grupo de posibles sospechosos. El inspector se dispuso a charlar con él en su domicilio. Juan Aguirre llevaba un año de baja, con una fuerte depresión y con un tratamiento médico y farmacológico muy severo. Ocupaba sus mañanas en pasear por el parque situado debajo de su domicilio. Leía la prensa, se tomaba un aperitivo y regresaba a su casa. Por la tarde se echaba una larga siesta. La medicación le daba mucho sueño y el descanso le sentaba bien.

Le recibió en compañía de su esposa que era letrada y le asesoraba en su demanda. Se sentaron en el saloncito, en un sofá amplio y cómodo. La primera en hablar fue Maria, la esposa, quien le comunicó al inspector que su marido se encontraba muy afectado por el accidente pues a pesar de todo lo sucedido seguían siendo amigos desde la infancia.

- Mire inspector, le dijo. Quizá pueda parecer que nos alegraría que le ocurriese algo malo a don Cándido. Pero no es así. Los dos eran amigos desde hace más de treinta años. Juan ha sido su mano derecha y ahora se encuentra en esta situación...Lo degradó profesionalmente y lo menospreció personalmente, eso es innegable, pero no le deseamos ningún mal.
- No lo dudo señora...
- Disculpe, no he terminado. Mi marido se encuentra muy mal y tiene verdadero terror a volver a trabajar a su lado. Sólo esperamos que esto acabe pronto por el bien...
- Como comprenderá -se repuso y continuó María- en el estado que se encuentra Juan, medicado, no se le ocurriría coger un coche. Se lo prohibió el médico...y esa noche precisamente estábamos todos en casa, era el cumpleaños de nuestro hijo mayor.
- No lo pongo en duda, pero no me negará que su esposo tendría “motivos” para desear que le pasase algo a su “amigo”, remarcó con cierto retintín.
- No lo niego, le interrumpió Juan a su esposa que pretendía tomar la palabra. Es verdad que no me alegro, porque no deseo mal a nadie, pero tampoco me produce ninguna pena. Nos ha hecho mucho daño porque estas cosas repercuten en toda la familia.
- Juan no digas eso. Que ha sido tu amigo aunque hayáis acabado así.
- Tengo entendido que participó usted en el pleito millonario y conoció también el turbio asunto del investigador privado y el juez…
- No digas nada..., le cortó María.
- No importa, que lo sepa, tenía ganas de contarlo y que luego lo compruebe si quiere con Daniel…
- Soy todo oídos.
- Mire. En el repetido juicio todos aportamos mucho esfuerzo para que lo ganase. Yo como director financiero hice varios informes de las irregularidades que se estaban cometiendo contra nosotros y del incumplimiento del contrato. Lo puse de manifiesto en el juicio y lo ganó. Pero lo mismo que el resto de compañeros no vimos un solo duro de lo que nos prometió. Eso por un lado...
-Sí, dígame...
- Respecto al investigador privado que contrató para espiar al juez, le puedo decir cómo se llama. Yo pagué la factura un año después de que ocurriese todo. Eran seis mil euros a una empresa llamada, creo recordar, Callao Investment o algo así. Lo puede comprobar. Yo no sé realmente lo que investigó o lo que encontró aunque lo cierto es que algo importante tuvo que ser para que el juez cambiase su fallo y duplicase la pena. Y no le voy a decir más. Se lo pregunta usted a Daniel que conoce todos los detalles.
- Me parece que esta conversación ha finalizado, dijo secamente Maria. Se levantó de la silla y le acompañó a la puerta.
- Ah, y dígale a Elisa o a Daniel que dejen a mi marido en paz, que paguen lo que le corresponde y así acabaremos con todo esto. Que ya sabemos que con un compañero han llegado a un acuerdo y no ha habido juicio. Dígales que estamos dispuestos a negociar. Que Juan lo que necesita es olvidarse de todo. Tiene sesenta y tres años y con el paro que le corresponde llegaría tranquilo a la jubilación.
Se lo transmitiré a Daniel para que se lo diga a Elisa, le contestó el policía cuando bajaba por las escaleras.

El inspector conoció así más detalles del investigador privado. No estaba seguro que aportase nada nuevo pero cada vez le quedaba más claro que había muchos cabos sueltos y que cualquiera tenía razones para desear acabar con su jefe.
Lo mismo le ocurrió cuando se entrevistó con Carla, la periodista que fue despedida al hacerse público un supuesto romance. La joven era reacia a verse con el inspector de manera informal y finalmente fue citada en la Comisaría en donde compareció con su abogado.
Las investigaciones no avanzaban. El inspector había comprobado que no era querido entre sus empleados ni entre sus colaboradores de confianza, por lo que a priori todos eran sospechosos. Sin embargo, su olfato le decía que de momento sólo dos personas acumulaban indicios suficientes para ello: Carlos y tal vez Ernesto.

Pensaba en esos detalles cuando llegaron Carla y su abogado a su despacho en la Comisaría . Les contó el motivo de su presencia y las pesquisas que estaba llevando a cabo. Ratificó con la redactora algún aspecto de su paso por la empresa y de su situación actual. Le llamó la atención lo arreglada que venía, con una falda muy ajustada y corta. Se dispuso a contestar las preguntas más comprometidas que le hizo el inspector.

- Me despidió porque su mujer descubrió lo nuestro. Un “rollete” fruto del acoso al que me sometía. Porque como comprenderá, no me van los hombres de casi sesenta años y con escaso atractivo… Salvo su dinero.
- Me hizo proposiciones, insistía y no me quedó otro remedio que aceptarlas o me veía en la calle. 
- Pero usted sabía que si su mujer se enteraba también la despedirían… 
- Era un riesgo, pero entonces se armaría un escándalo y me tendría que soltar una buena indemnización… 
- Ah, eso es lo que buscaba… 
- No, fue él quien me insinuaba y me invitaba en sus viajes fuera de Madrid. 
- Eso tiene un nombre inspector, le cortó el abogado de Carla. Eso es acoso sexual en el trabajo...
- Ya, veo por donde van. 
- Ni se lo imagina, replicó Carla. A ese le voy a sacar todo lo que pueda y; además, voy a salir contándolo en todos los periódicos y teles. Y más ahora que está así. Me ha hecho mucho daño y lo va a pagar… 
- Pero ya lo está pagando. Está en coma, puede morir. Y veo que usted hubiera hecho cualquier cosa para ponerle en esa situación… 
- Un momento, un momento, le paró el abogado. 
- Hasta aquí hemos llegado. Si tiene alguna acusación concreta hágala ahora o nos vamos por esa puerta de inmediato. Y que sepa que ya ha subido el pan… 
-¿Cómo? 
- Que le puede decir a la compungida Elisa o a su abogado Daniel, que son los que manejan ahora la empresa, que si no quieren que esto vuelva a salir en el juicio y en todas las teles, que aumenten la indemnización. Es la única manera que tienen de silenciar este asunto... que bastante daño le está haciendo a mi defendida. Buenas tardes.

Se levantaron y salieron sin cruzar ninguna palabra más con el inspector. Éste se reclinó en su sillón y abrió el libro de Ruiz Zafón que estaba terminando de leer. Recuperó una cita que le llamó la atención y que pensó muy apropiada:
 “Sonrisa aceitosa y gangrenada de desprecio que caracteriza a los eunucos prepotentes que penden como morcillas tumefactas de los altos escalafones de toda empresa”. Era de la Sombra del Viento, un éxito editorial que le había enganchado y que quería terminar de leer. Describía en ese párrafo la situación de los editores de Julián Carax, respecto a su secretaria, que se parecía bastante a lo que acababa de escuchar en boca de Carla. El acoso sexual en el trabajo como una forma de coacción que colocaba a la mujer en una posición de sometimiento con difícil salida. Porque si se opone y no accede a las insinuaciones, mal; y si cede, a la larga, todavía peor. Sobre todo si el jefe está casado y posee una gran fortuna. 

Estos acontecimientos y las informaciones que recopiló en los últimos días le inducían a pensar, cada vez más, que quizá se merecía lo que le había pasado. Enseguida reaccionó, surgió su profesionalidad y la obligación de obtener pruebas para incriminar a los sospechosos. Llamó al subinspector Álvarez y le recordó la tarea de indagar en la página web de Renfe para averiguar si Ernesto había comprado algún billete del ave con destino a Madrid. Le aleccionó para que contactase con el servicio de delitos electrónicos de la Policía Nacional. Era muy urgente y necesitaba que rastreasen una compra de billetes por Internet mediante el pago de tarjeta de crédito, posiblemente, a nombre de Ernesto Navarro Domínguez. Quizá no reparó en ese detalle...